Para diagnosticar un trastorno neurocognitivo leve es necesario que exista un declive cognitivo, en comparación con el nivel de desempeño previo que tenía la persona. Esta
alteración se puede experimentar en una o más áreas, desde la atención, la memoria, el aprendizaje, la percepción, el lenguaje, la cognición social o las funciones ejecutivas.
Sin embargo, a diferencia del trastorno neurocognitivo mayor, ese déficit no es tan grande como para interferir en las actividades cotidianas. No obstante, la persona a menudo refiere que le resulta más difícil realizar determinadas actividades o que debe poner en práctica estrategias compensatorias para poder alcanzar el mismo desempeño de antaño.
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