Un anciano maestro zen y dos discípulos andaban en paz y silencio por un largo camino. llegaron a un río y vieron a una chica muy guapa sentada con los pies puestos en el agua.
Los dos discípulos empezaron a mostrarse nerviosos ante tanta belleza.
Ella,les dijo:-¿Quién de los dos podría ayudarme a cruzar el río?...
Los dos muchachos se miraron y dirigieron un gesto interrogando al maestro que observaba lo que estaba pasando. El maestro lanzó una mirada profunda a cada uno de ellos sin decir nada. Después, uno de los discípulos avanzó, y cruzó la mujer en sus brazos.
Una vez que llegaron al otro lado del río se dieron un beso tierno y se despidieron sin dejar de mirarse. El joven se dio media vuelta y continuó el camino con el otro discípulo y el maestro.
El discípulo que se había quedado junto al maestro no dejaba de lanzar interrogadoras miradas al silencioso e impasible anciano que solo observaba.
Por la noche, cuando llegaron a casa, sus movimientos delataban su estado interno: se quemaba con el fuego que encendía, se le caía el vaso de agua que sostenía entre sus manos, tropezaba con la raíz de un árbol del jardín... Tres días después, la tensión llegó a ser tan dura, que el chico se dirigió hacia el maestro y le dijo con rabia:
-¿Por qué no le has dicho nada a mi hermano, que rompiendo las reglas de la sobriedad ha encendido el fuego del erotismo con aquella chica del río?, dame una respuesta, por favor.
El anciano, dedicándole una mirada integral de rigor y benevolencia, le respondió -Tu hermano ha tomado la mano de aquella mujer a un lado del río, y la ha soltado cuando ha llegado al otro lado. Tú has tomado la mano de aquella mujer a un lado del río, y aún no la has soltado.
Cuentos orientales
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