Las personas felices lo son independientemente de que tengan pareja. Es cierto que tener a una persona que nos apoye, nos comprenda y nos ame incondicionalmente es algo
precioso, pero no debe ser una condición sine qua non para ser felices. No debemos supeditar nuestra felicidad a encontrar a esa media naranja.
De hecho, si eres infeliz, es probable que lo sigas siendo en la vida en pareja. El secreto radica en amarnos incondicionalmente, para luego amar de igual manera a otra persona. Porque el amor no es la panacea y no llenará los agujeros existenciales del alma.
Desgraciadamente, a lo largo de los siglos se ha ido conformando la idea de que allá fuera existe una persona que nos complementa a la perfección, que está hecha para nosotros, un alma gemela sin la cual somos seres incompletos e infelices. De hecho, diferentes cuentos infantiles que escuchamos cuando éramos niños confirman esta idea.
El problema es que, cuando encontramos a alguien y comienzan a surgir los primeros problemas, abandonamos porque pensamos que no es la “persona indicada”. No somos conscientes de que la “media naranja” no existe y que los problemas en las relaciones de pareja son pan cotidiano. La diferencia estriba en cómo los encaramos y resolvemos.
Si decidimos que la persona que está a nuestro lado realmente vale la pena, nos esforzamos por encontrar un punto medio. Solo así, a la larga, esa persona se convierte en alguien que nos hace crecer.
De hecho, las diferencias que surgen en una relación de pareja se convierten en retos que nos permiten crecer. No se trata de que la otra persona nos complemente sino de que nos anime a ir más allá de nuestros límites. No se trata de que la persona que tienes a tu lado haga lo que no sabes hacer sino que te enseñe, para que crezcas junto a él o ella.
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