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EL PREDICADOR, cuento


Había un predicador que, cada vez que se ponía a rezar no dejaba de
elogiar a los bandidos y desearles toda la felicidad posible. Elevaba las manos al
cielo diciendo: "¡Oh, Señor: ofrece tu misericordia a los calumniadores, a los
rebeldes, a los corazones endurecidos, a los que se burlan de la gente de bien y a
los idólatras!"
Así terminaba su arenga, sin desear el menor bien a los hombres justos y
puros. Un día, sus oyentes le dijeron:
"No es costumbre rezar así! Todos estos buenos deseos dirigidos a los
malvados no serán escuchados."
Pero él replicó:
"Yo debo mucho a esa gente de la que habláis y por esa razón ruego por
ellos. Me han torturado tanto y me han causado tanto daño que me han guiado
hacia el bien. Cada vez que me he sentido atraído por las cosas de este mundo,
me han maltratado. Y todos esos malos tratos son la causa por la que me he
vuelto hacia la fe."

                                 ABANDONAR LA CÓLERA

Un día, alguien preguntó a Jesús:
"¡Oh, profeta! ¿Cuál es la cosa más terrible en este mundo?"
Jesús respondió:
"¡La cólera de Dios, pues incluso el infierno teme esta cólera!"
El que había hecho la pregunta dijo entonces: "¿Existe algún medio para
evitar la cólera de Dios?"
Jesús respondió: "¡Sí! ¡Hay que abandonar la propia cólera! Pues los
hombres malvados son como pozos de cólera. Así es como se convierten en
dragones salvajes."
Es imposible que este mundo ignore los atributos contrarios. Lo importante
es protegerse de las desviaciones. En este mundo, la orina existe. Y la orina no
podrá convertirse en agua pura sin cambiar de atributos.

                                      LA INCITADORA


Un día, un sufí volvió a su casa de improviso. Ahora bien, su mujer recibía
a un extranjero, procurando incitarlo.
El sufí llamó a la puerta. No era su costumbre abandonar la tienda y
regresar tan pronto a la casa, pero, dominado por un presentimiento, había
decidido regresar ese día por sorpresa. La mujer por su parte, estaba muy segura
de que su marido no volvería tan pronto. Dios pone un velo sobre tus pecados
para que un día te avergüences de ellos. Pero ¿quién puede decir hasta cuándo
dura este privilegio? En la morada del sufí no había escondrijo alguno ni otra
salida que la puerta principal. Ni siquiera había una manta bajo la cual habría
podido ocultarse el extranjero. Como último recurso, la mujer vistió al extranjero
con un velo para disfrazarlo de mujer. Después abrió la puerta.
El extranjero con su disfraz parecía un camello en una escalera. El sufí
preguntó a su mujer:
"¿Quién es esta persona con la cara velada?"
La mujer respondió:
"Es una mujer conocida en la ciudad por su piedad y su riqueza."
"¿Hay algún favor que podamos hacerle?" -preguntó el sufí.
La mujer dijo:
"Quiere emparentar con nosotros. Tiene un carácter noble y puro. Venía a
ver a nuestra hija, que, desgraciadamente, está en la escuela. Pero esta señora
me lo ha dicho: "¡Sea o no hermosa, quiero tenerla como nuera!" pues tiene un
hijo incomparable por su belleza, su inteligencia y su carácter."
El sufí dijo entonces:
"Somos gente pobre y esta mujer es rica. Semejante matrimonio sería como
una puerta hecha mitad de madera y mitad de marfil. Ahora bien, un vestido
hecho a medias de seda y de paño avergüenza a quien lo lleva."
"Es justamente lo que acabo de explicarle -dijo la mujer- pero me ha
respondido que no le interesan los bienes ni la nobleza. No ambiciona acumular
bienes en este bajo mundo. ¡Todo lo que desea es tratar con gente honrada!"
El sufí invocó otros argumentos, pero su mujer afirmó haberlos expuesto ya
a su visitante. A creerla, aquella señora no tomaba en cuenta su pobreza, aunque
ésta fuese extremada. Finalmente, dijo a su marido:
"Lo que busca en nosotros es la honradez."
El sufí añadió:
"¿No ve nuestra casa, tan pequeña que no podría esconderse en ella ni una
aguja? En cuanto a nuestra dignidad y nuestra honradez, es imposible ocultarlas
pues todo el mundo está al corriente. ¡Tiene, pues, que suponer que nuestra hija
no tiene dote!"
Te cuento esta historia para que dejes de argumentar. Pues nosotros
conocemos tus vergonzosas actividades. Tu creencia y tu fe se parecen, hasta
confundir a cualquiera, a los discursos de esta mujer. Eres un mentiroso y un
traidor como la mujer de este sufí. Te avergüenzas incluso ante gente que no
tiene rostro limpio. ¿Porqué no habrías de avergonzarte, por una vez, ante Dios?



                                    LA CALDERA DE ESTE MUNDO


Los deseos de este mundo son como una caldera y los temores de aquí
abajo son como un baño. Los hombres piadosos viven por encima de la caldera
en la indigencia y en la alegría. Los ricos son los que aportan excrementos para
alimentar el fuego de la caldera, de modo que el baño esté bien caliente. Dios les
ha dado la avidez.
Pero abandona tú la caldera y entra en el baño. Se reconoce a los del baño
por su cara, que es pura. Pero el polvo, el humo y la suciedad son los signos de
los que prefieren la caldera.
Si allí no ves suficientemente bien como para reconocerlos por su rostro,
reconócelos por el olor. Los que trabajan en la caldera se dicen: "Hoy, he traído
veinte sacos de boñiga de vaca para alimentar la caldera."
Estos excrementos alimentan un fuego destinado al hombre puro y el oro
es como esos excrementos.
El que pasa su vida en la caldera no conoce el olor del almizcle. Y si, por
azar, lo percibe, se pone enfermo.


                                         LOS EXCREMENTOS


Un día, un hombre cayó desvanecido en medio del mercado de perfumes.
Ya no tenía fuerza en las piernas. Le daba vueltas la cabeza, por lo molesto que
se sentía a causa del incienso quemado por los comerciantes.
La gente se reunió a su alrededor para ayudarle. Algunos le frotaban el
pecho y otros los brazos. Otros incluso le vertían agua de rosas en el rostro,
ignorando que aquella misma agua era la que lo había puesto en ese estado.
Otros intentaban quitarle sus vestiduras para permitirle respirar. Otros le
tomaban el pulso. Los había que diagnosticaban un abuso de bebida, otros un
abuso de hachís. Nadie, en definitiva, encontró el remedio.
Pues bien, el hermano de este hombre era curtidor. Tan pronto como supo
lo qué sucedía a su hermano, corrió al mercado, recogiendo en su camino todos
los excrementos de perro que pudo encontrar. Llegado al lugar del drama,
apartó a la multitud diciendo:
"¡Yo conozco la causa de su mal!"
La causa de todas las enfermedades es la ruptura de los hábitos. Y el
remedio consiste en recobrar esas costumbres. Por eso existe el versículo que
dice: "¡La suciedad ha sido creada para los sucios!"
Así pues, el curtidor, ocultando bien su medicamento, llegó hasta su
hermano e, inclinándose hacia él como para decirle un secreto al oído, le puso la
mano en la nariz. Al respirar el olor de esta mano, el hombre recobró enseguida
el conocimiento y las gentes alrededor, sospechando algún truco de magia, se
dijeron:
"Este hombre tiene un aliento poderoso, pues ha logrado despertar a un
muerto."
Ya ves. Toda persona que no se convenza por el almizcle de estos consejos
se convencerá ciertamente por los malos olores. Un gusano nacido en los
excrementos no cambiará de naturaleza al caer en el ámbar.

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