Educar supone decir “no” a peticiones que no pueden o deben llevarse a cabo y enseñar al niño que a veces hay que esperar para conseguir lo que se quiere.
También implica poner consecuencias a comportamientos que hay que corregir y ser consecuentes con las decisiones que se toman.
Para ello no es necesario que los padres eleven la voz, se enfaden o amenacen constantemente a sus hijos. El mensaje se puede transmitirse con calma, de forma clara y sin repetirse demasiado. No conviene lanzar amenazas absolutas o que nunca vayan a llevarse a cabo.
Cuando ante una conducta inadecuada, como una rabieta, golpes o amenazas, los padres ceden, las dos partes se “sienten bien”. Por un lado, los padres consiguen que el niño pare y deje molestar mientras que por el otro el hijo consigue lo que quiere.
Pero los padres acabarán por no poder controlar el comportamiento del hijo a no ser que le den aquello que pide.
Una de las labores fundamentales de los padres es educar para que el propio niño pueda autorregularse. Sin embargo, para que el niño pueda regularse a sí mismo antes ha tenido que haber sido regulado desde fuera.
Son los padres, y no otras entidades o personas, quienes tienen el deber y la obligación de educar a sus hijos.Esto implica escuchar, enseñarles que es lo correcto e incorrecto, decir “ahora no”, “esto ya lo hemos hablado” o “tendrás que esperar” en muchas ocasiones, frustrar y enseñarles a superar esa sensación.
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