Extenuado, el caminante se desplomó a la sombra de un árbol.
“Necesito agua”, pensó. Este debe ser un lugar donde el agua abunda, pensaba mientras imaginaba con todo detalle el agua recorriendo su garganta reseca. Abrió los ojos y vio que, en efecto, muy cerca había un estanque de agua clara. Bebió hasta saciarse y siguió con sus fantasías: ” Un poco de pan, un jergón donde descansar mis huesos molidos, un abrigo para el frío de la noche…” Uno a uno los pensamientos de su mente se concretaban.
Ya adormecido pensó: “No puede ser que todo esto bueno me esté ocurriendo a mí, debe ser cosa del demonio”. Por cierto el demonio también apareció y le dio muerte al peregrino. Si en lugar de pensar eso hubiera pensado: “Debo merecer toda esta abundancia y estoy agradecido por haberla recibido, hoy estaría vivo.
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